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valeria flores se escribe con minúsculas 

 

I

La contingencia del fanzine es siempre aleatoria pues responde al vértigo de un tiempo otro. Un tiempo en el que aquella demanda nunca satisfecha acrecienta su emergencia. Las razones fundantes de su producción por ende, no son nunca ordenadas, fijas, ni coherentes, pues responden siempre a una urgencia crítica por hacer circular aquellos materiales que nos parece imprescindible hacer visible: lenguas que se entremezclan, discusiones que nos quedan pendientes, imágenes que fortuitamente se borronean tras el paso repetitivo de la fotocopia. Un formato originado en las prácticas sentimentales de un anarquismo que hizo propio la voluntad de colaboraciones clandestinas, y que hoy para nosotros resulta inspirador.

 

El tráfico de diálogos que contiene un fanzine, podría no obstante, ver minimizado su potencial crítico por el evidente bajo costo de su factura. Pareciera, según nos ha enseñado la industria del libro, sus mafias editoriales y su costosa copia seriada, que tomar la palabra es una empresa reservada solo a unos pocos. Vivimos en un país donde publicar es un gesto extraño, quizás algo solitario, ridículo para muchos, pero que cuando se logra se transforma en toda una hazaña, un verdadero grito rebelde contra el silencio de la recepción crítica. Es por eso que desaprendimos de las burocracias y lo hicimos por nuestra cuenta. Todo esto, bajo la impostura artesanal de las amistades y colaboraciones que mancomunamos en el activismo. Así, un fanzine devela ante todo el pulso de aquel momento existencial de su escritura, de su insoportable peso político cargado de materialidades precarias. Colmado de signos que políticamente nos implican.

 

Iniciamos aquí un diálogo que no sabemos cuándo acaba, que continua y modifica sus afluencias de intercambio y producción de textos en torno a los activismos que habitamos. Porque ubicamos nuestro lugar mientras nos escribimos, mientras nos miramos asombrados de los diálogos que a manera transfronteriza nos hemos propuesto iniciar y construir. Un diálogo dentro de un fanzine. Una entrevista soportando la materialidad insistente de la autogestión. Se dice que un fanzine está siempre constituido por la misma colectividad de aficionados que escriben en él. Y sí, de alguna manera nos construimos espacios donde reconocernos, donde intercambiar posiciones, sean estas una palabra, una página, la cita al pie de la hoja, o una respuesta sencilla pero contundente en el inbox del correo electrónico. O sean éstas también nuestras propias corporalidades sureñas plagadas de disturbios e interferencias.

 

De alguna manera, desmontar la lengua del mandato, criar la lengua del desacato es para nosotros la posibilidad de abrir un espacio político donde la palabra, en toda su intensidad y espesura nos permite volver la mirada sobre aquellos espacios refractarios de las escrituras feministas del activismo de disidencia sexual en américa latina. Donde la voz de valeria flores, siempre escrita en minúscula, zigzagueante entre la opacidad y la transparencia de su impostura, nos ha permitido inmiscuirnos, provocarnos e incluso sabotear nuestra propia experiencia del activismo, hasta hacer de su aparición un cruel desborde de escrituras. Aquella letra que incluso a pesar de su propia estrategia de minorización del nombre propio es capaz de ser ruidosa, estridente y no pasar desapercibida.

 

Porque valeria flores es siempre lengua desobediente tanto a los mandatos legalmente rutinarios de las escrituras de la militancia, como al desafío estético de hacer política con poesía.

 

 

 

 

tomás henríquez y jorge díaz

santiago, junio 2014.

 

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